Éste fue, sin duda, el 21 de octubre del 2011, el día en que el perdedor rozó la gloria. Pero además, por una vez me sentí orgulloso de ser español. Y es que, los que habíamos escuchado alguna vez las canciones de Leonard Cohen y nos habíamos emocionados con sus letras, reconocimos al viejo truhán, al encantador de serpientes, al humilde mercader y al eterno enamorado de causas (y mujeres) imposibles. No se habían visto en otra los anfitriones del evento. Seguro que corrieron a comprarse una recopilación de Mr Cohen después de escucharlo. Leonard, al que la mala suerte y la ruina le acompañó en los últimos años, vuelve a ver la luz. Y, ya sea real o inventado, el discurso de ese día es algo para guardar en la memoria, por su humildad, por su espontenieda (no hay papeles por delante, Felipe), por su imaginación, por el puro ejercicio de oratoria. El traductor solventa la situación como puede, nunca en sus traducciones se había visto ante la contundencia de tanta sinceridad y emoción. Leonard, tú sí eres mi hombre.
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