Keith Richards tiene la edad de
mi padre. Sin embargo desconoce la
existencia del que es uno de los guitarristas más influyentes en la historia
del rock ando roll, en todo caso, mi padre, podría afirmar la existencia de los Rolling
Stones, sin ahondar más en el tema, por propia elección. Cuando miro las fotos actuales del con
justicia llamado riff humano, descubro que aparenta más edad que mi viejo,
salvo por la dentadura prestada de anciano rico que esgrime en la portada del
disco. El tiempo debe haber pasado como una exhalación por los ojos de Richards.
Vivir bajos los cánones y principios morales del rock debe acelerar el tiempo
una enormidad, tanto que hace que las arrugas se agarren a lo que sea para
parar atrapar un minutos más. Es la realidad que eligen muchos de sus
contemporáneos musicales, frente a una alternativa tan atractiva para el resto
de los mortales como podría ser tocar en pequeños locales de blues por la cara
y quedarse en casa reuniendo la mayor colección de discos de jazz de la
historia. No podemos culparle de ese miedo al paso de los días, no después de
enterrar a su enésimo amigo de juerga , el gran Bobby Keys.
Así llega este “Crosseyed Heart”
de 2015, su tercer disco tras veintitrés años desde el “Main Offender”. Llega
ante una prensa, física y virtual, dispuesta a darle estopa por todos lados,
como corresponde. Porque podrían quedarme sin espacio para dar una lista de
trabajos y artistas contemporáneos que están grabando trabajos más interesante
que el satánico guitarrista. Él los sabe, seguro, pero le importa un pito. Esto
–paradojas de la vida- le permite hacer lo que quiere, sin mirar atrás, con la
confianza justa y la prepotencia que necesita un artista para crear temas
cojonudos como es “Lover’s Plea” con el que cierra el disco.
Y es que el último disco de Keith
Richards es cojonudo, que sí hombre que lo tienes que escuchar, que se lo
debemos. Te cuento.
El arranque con el blues “Crosseyed Heart” es el acto más
sincero que ha hecho en estas dos décadas, fuera y dentro de los Stones. Cuando dice que “amo mi azúcar pero amo mi
miel también” me gana, y me predispone, lo confieso. Todos andamos un poco bizcos;
son tiempos estrábicos. El blues por otra parte es un pequeño homenaje (de poco
menos de dos minutos) a mentores de la talla del bluesman Big Bill Broonzy que
hoy sería millonario si estuviese vivo para cobrar todos los royaltis que le
daría las versiones que se han hecho de su “Key To The Highway”. La asociación
con Steve Jordan, el batería y coproductor del disco, viene de lejos, de allá del
Dirty Work, en el que Jagger-Richards intentaron cargarse al bueno de Charley
Watts. La labor del músico es estupenda, en “Heart Stopper” encontramos ese
clásico tema que se ajusta a la perezosa voz de Richards, esas guitarras
cruzadas –bizcas-, esos coros que salvan el tema cuando más lo necesita,
excelentemente arreglado, impecable cuando dice “Todo el mundo quiere un
pedazo, un pedazo mío”, lógicamente. En la misma línea está el siguiente tema, “Amnesia”,
el sólo es suyo, tiene pellizco, no lo
puedo negar. Acierta en esa asociación con Larry Campbel l (Parsons on my mind)
, la pedal Steel envuelve la balada “Robbed
Blind”, otro acierto pleno, aunque ese tipo de balada la lleva repitiendo desde
el “Steel Wheel”. El siguiente tema es “Trouble”
conocido porque es el adelanto, ¿cómo no te puede gustar? Duelo de guitarras,
riff infinitos, coros…
”Love Overdue” , es reggae, ya
estaba tardando. Todos sabemos de la admiración que profesa a los músicos
jamaicanos, en esta ocasión al que es considerado como uno de los mejores y más
elegantes compositores del género, Gregory Isaacs. “Tú sabes que ellos me ven
como un halcón, sabes que me ven como un tiburón, pero no consiguen nada de
mí”, “Nothing On Me”, otro tema con el sello de la casa que da paso a
“Suspicious”, el más flojo del disco, prescindible. “Blues In The Morning” es
un tema obvio, y maravilloso al mismo tiempo. Un blues de esos que te rememoran
en la distancia al Exilio y además suena el saxo tenor de Bobby Keys,
enorme. No baja el nivel con “Something
for Nothing”, otro tesoro, la guitarra
de Waddy Wachtel hace el contrapunto como si fuese un clon de Ron Wood sereno.
Echo de menos a Ron y se podría haber estirado con Mick Taylor. El disco se
engrandece por momentos. Y aunque la balada “Illusion” no presagie nada nuevo,
la inclusión de Norah Jones da un toque
de luz. Aquí las guitarras son de Keith Richards en su totalidad, ésta se me
queda corta. “He estado tirado en bares con un montón de estrellas fugaces y
todas me aburren”, “Just A Gift” es otro punto para el corazón, pero con ese
country arrastrado que es “Goodnight Irene”,
original de Leadbelly, alcanza su mejor rendimiento vocal, excepcional,
un tema para cerrar bares. “Substantial Damage” es ese tema hard funky que
llevan los Stones intentando que les cuadre hace siglos; bien por los músicos que
son enormes y se nota la improvisación, destellos en las manos de Richards, hay
que estar atento que el slide de Waddy Wachtel se lo come. Hemos completado el
círculo con la antes señalada “Lovers Plea”,
cojonuda con despliegue de metales finales.
Ya está. Ha sido fácil y he
disfrutado escribiendo este post como no lo hacía hace tiempo. Me gusta
“Crosseyed Heart “, y acabaré escuchándolo más que cualquier otro disco de este
año, incluso más que algunos que me parecen estupendos y olvidaré con el
tiempo. Quizás sea hora de que se lo ponga a mi padre y le explique quién es Keith Richards, de
una vez.