viernes, 21 de enero de 2011

PAGANDO DEUDAS

Soy consciente de haber cometido numerosos errores en mi periodo de adolescente. Recordemos que fueron los nefastos años 80’s, si algo puedo decir a mi favor. Entre mis numerosos pecados está, en su momento, el haber tratado con desdén y ridiculizar a esa megadiosa del rock llamada Tina Turner. Recuerdo haber discutido con los colegas y haberme reído de aquellos vídeos clips que repetían sin cesar en la aburrida tve del momento. Con aquellos pelos y mallas me parecía un personaje ridículo y con muy poco sexappel. Sus pasos gallináceos, con aquellos tacones de aguja me parecían más dignos de un número de acrobacia que de una coreografía. En ese momento se explotó hasta la saciedad el hecho de que durante los años 60 y 70’s el malévolo Ike Tuner, su marido, la maltrató en todos los sentidos.
Está claro, ignorante de mí, que obviaba una de las mayores obras musicales de todos los tiempos (periodo 60 y 70), una de las voces más importantes y capaz de dejar en ridículo sobre el escenario a los tipos más vociferantes de la época.
Y todo esto porque, indignado, descubro en un dominical de un periódico de ultraderecha que de manera azarosa cayó en mis manos, la equiparación que hacen entre la celebérrima Beyonce, personaje femenino del año, y nuestra Tina. “La pantera, de la que la mismísima abuela Tina Turner se siente orgullosa, heredera en lo musical y lo sexual”; la frase es tan ridícula como la propia revista, como lo fueron aquellos nefastos años de mi adolescencia. Que se compare a Beyonce con Tina Turner, es lo mismo que comparar a Luis Cobos (uau!) con Beethoven, por ejemplo. No hay color, Beyonce es un producto prefabricado que suena a música enlatada. Su éxito, fugaz se me antoja, está basado en un físico producto de horas de gimnasio. Tina se lo ganó pateándose todos los escenarios en todos sus puntos cardinales y escapando de las manos de la fiera de su marido, que por otra parte ha sido uno de los grandes genios de la música popular de todos los tiempos, pero esa es otra historia.

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