Son las 9.30. En la sala Custom un grupo de música defiende sobre el escenario algunos clásicos del blues. Un tipo de color, a la derecha del escenario, observa. Frunce el ceño y con cara de pocos amigos se dirige a la barra del bar de la sala. Cruza, entre el todavía escaso público de la sala, con la naturalidad y autoridad de un gesto que lleva haciendo más de 40 años. Mientras, en el escenario, con la banda telonera enfilando Route 66, brilla, anacrónico en todos los sentidos, un órgano Hammond. Ante sus viejas teclas se dejaron la garganta ilustres de la música negra como Etta James, Bobby "Blue" Bland o Little Milton.
Ahora varios yupis con acento Berlitz Academia, se acercan a decirle algo a nuestro hombre. La conversación termina al instante. La banda finaliza la actuación entre escasos aplausos y dando las gracias a los culpables de que estuvieran allí.
Tras un breve cambio de batería y afinación de instrumentos de cuerda, todos aplauden al hombre de la barra: Judge Kenneth Peterson, alias “ Lucky Peterson”. Entra con dificultad en el escenario, con una barriga que delata un sobrepeso importante, quizás producida por la medicación a la que se sometió recientemente en una clínica de desintoxicación.
Desde la primera nota deja claro que el espectáculo al que nos va someter; cien años de reinado absoluto sobre la Tierra de sus ancestros. Desde que las primeras familias esclavas se sometieran en tierras extrañas hasta que uno de los suyos dirigiera el imperio más poderoso sobre el planeta. Desde el blues más genuino del southside al neo-soul más comercial escalador de listas de éxito.
Demuestra que es un teclista virtuoso. Con pasmosa facilidad accede a las entrañas del público haciendo gemir el viejo Hammond con la sonrisa del que se ve ya como el triunfador de la noche. Accede a baladas de corte góspel en las que seguro que se refugió en los malos momentos. Como seguro aprendió de su padrino Willie Dixon, el negocio es el negocio y cuando ve decaer al público engancha la Gibson y provoca el terremoto en la sala. Sabe lo que quiere el respetable y exhibe su técnica que va desde los bendings y vibratos, a lo BB King, a los licks típico de Jimi Hendrix. Se baja y suda sobre el público, cientos de nokias y samsuns graban el momento. Los yupis han pillado un buen sitio, ya se imaginan el número de visitas que alcanzarán en el youtube al día siguiente y la envidia causada en los amigos del facebook.
Da la sensación de que ya hemos llegado al climax de la noche, pero no llevamos ni 45’ de concierto. El plato fuerte llega ahora. Llega en forma de mujer. Su mujer. Sin envidiar a las divas neo-soul del momento decide incendiar la sala y concentrando todo su talento en el fantasma de James Brown, deja clara su condición: “I’m black and proud”. Nos hacen disfrutar con cruces de voces, peleas vocales y riñas fingidas como antaño protagonizaron Otis Redding y Carla Thomas (el rey y la reina) sobre los escenarios del Fillmore.
El concierto mantiene este pulso hasta el final. Homenaje a Dixon (Hoochie Coochie Girl) y a Robert Johnson (Dust My Brown) en el bis. Como anécdota, la enésima autoinvitación de Raimundo Amador, el cual, desconocedor absoluto de la palabra prudencia, revoloteó en el mencionado bis. Histórico.
Ahora varios yupis con acento Berlitz Academia, se acercan a decirle algo a nuestro hombre. La conversación termina al instante. La banda finaliza la actuación entre escasos aplausos y dando las gracias a los culpables de que estuvieran allí.
Tras un breve cambio de batería y afinación de instrumentos de cuerda, todos aplauden al hombre de la barra: Judge Kenneth Peterson, alias “ Lucky Peterson”. Entra con dificultad en el escenario, con una barriga que delata un sobrepeso importante, quizás producida por la medicación a la que se sometió recientemente en una clínica de desintoxicación.
Desde la primera nota deja claro que el espectáculo al que nos va someter; cien años de reinado absoluto sobre la Tierra de sus ancestros. Desde que las primeras familias esclavas se sometieran en tierras extrañas hasta que uno de los suyos dirigiera el imperio más poderoso sobre el planeta. Desde el blues más genuino del southside al neo-soul más comercial escalador de listas de éxito.
Demuestra que es un teclista virtuoso. Con pasmosa facilidad accede a las entrañas del público haciendo gemir el viejo Hammond con la sonrisa del que se ve ya como el triunfador de la noche. Accede a baladas de corte góspel en las que seguro que se refugió en los malos momentos. Como seguro aprendió de su padrino Willie Dixon, el negocio es el negocio y cuando ve decaer al público engancha la Gibson y provoca el terremoto en la sala. Sabe lo que quiere el respetable y exhibe su técnica que va desde los bendings y vibratos, a lo BB King, a los licks típico de Jimi Hendrix. Se baja y suda sobre el público, cientos de nokias y samsuns graban el momento. Los yupis han pillado un buen sitio, ya se imaginan el número de visitas que alcanzarán en el youtube al día siguiente y la envidia causada en los amigos del facebook.
Da la sensación de que ya hemos llegado al climax de la noche, pero no llevamos ni 45’ de concierto. El plato fuerte llega ahora. Llega en forma de mujer. Su mujer. Sin envidiar a las divas neo-soul del momento decide incendiar la sala y concentrando todo su talento en el fantasma de James Brown, deja clara su condición: “I’m black and proud”. Nos hacen disfrutar con cruces de voces, peleas vocales y riñas fingidas como antaño protagonizaron Otis Redding y Carla Thomas (el rey y la reina) sobre los escenarios del Fillmore.
El concierto mantiene este pulso hasta el final. Homenaje a Dixon (Hoochie Coochie Girl) y a Robert Johnson (Dust My Brown) en el bis. Como anécdota, la enésima autoinvitación de Raimundo Amador, el cual, desconocedor absoluto de la palabra prudencia, revoloteó en el mencionado bis. Histórico.
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