A
pesar de los meses que lleva el disco en el mercado no puedo dejar semana sin
darle una escucha al último disco de Luke Winslow King, Blue Mesa, un disco arrebatador de principio a fin, con esa
etiqueta que lo identifica como uno de los músicos más interesantes y que han
aportado algo nuevo al tan anquilosado mundo del blues o soul-blues donde se
mueve con tanta elegancia y definición de estilo. Está en esa línea de artistas
que cursan el campo de la Americana desde
una perspectiva tan personal que creo identificar cualquier tema suyo a los
pocos segundos de su inicio. Eso que te pasa cuando escuchas una canción de los
primeros discos de Clapton (con el que veo muchos puntos en común), George
Harrison o Hendrix, por poner ejemplos de artistas que llegaron a invadir al
100% la música con su personalidad.
No es de extrañar por tanto que el propio estado de ánimo
del artista deje su impronta en esta música tan arraigada en lo personal, ese
estado de ánimo marcado por circunstancias personales más o menos jodidas que
tienen su origen en el anterior disco I’m Glad Trouble Don’t Last Always del 2016; circunstancias que se resumen en
la separación de su hasta entonces pareja artística y profesional, la dulce
Esther Rose, que por un momento nos hacía presagiar lo peor, ya que por el
momento el bagaje artístico de este hombre se resumía en cuatro esplendidos
discos llenos de swing, blues, ragtime y mucho delta-blues en los que la voz de
Esther servía de acento al dominio multinstrumental del músico. De esa
separación sale la rabia, el talento y la declaración de intenciones de quien
entiende la música como una necesidad para sobrevivir. Habría que ahorrarse
decir que la historia de la música está plagada de obras maestras tras rupturas
sentimentales para llenar varias estanterías. Y si en el anterior aprendimos
que era un artista complejo, abierto y capaz de rodearse de músicos excelentes,
en éste Blue Mesa lo rubrica y lo redondea porque ya el dolor no manda, ahora
es la ilusión y la amistad con un músico excepcional al que tuve el placer de
ver en su gira anterior, Roberto Luti, que lo convence para que grabe en su
país de origen, Italia, y le ha aportado el calor que un disco de este nivel de
sensibilidad necesita.
Ahí
deja temas tan mayúsculos como come ese soul de You Got Mine, adornado
levemente por coros y guitarras épicas; no deja lugar a dudas que su rollo va
más allá de su personal forma de cantar con poco recorrido en matices y que se
articula desde un atractivo susurro, y es capaz de ver el rock más sureño con
soltura como en “Born To Roam”; trae blues farragoso de los pantanos con
“Tought I Heard You” alcanzando un progresión homérica en lo instrumental;
tiene ese sentido excepcional a la hora de construir medios tiempos con
afinaciones abiertas que dejan ese toque Stone de los 70, en temas como “Blue
Mesa”; insiste en esas melodías propias de las iglesias baptistas en las que se
crío en el sur tras dejar su estado natal de Michigan como “Break Down The
Walls”, tema que podría ser un descarte de su anterior disco; y también da
puntadas con aires country como ese “Farewell Blues”, banda sonora perfecta
para espantar las telarañas que arrastramos en esta vida de falsos apegos que
nos hace creer erróneamente que cualquier ruptura es para peor. Ahora está de
gira por España, si tienes la oportunidad no lo dejes escapar y me lo cuentas.